✨ El duelo.

Bienvenidos a Relatos de Nadie,
Un rincón donde las palabras duelen, respiran y sangran.Cada historia, una cicatriz. Hoy, comienza la primera…


—¿Por qué la noche es tan silenciosa? —pregunté una vez a la nada.

 —Es que llora su pena en una canción —contestó.

Mi sangre se heló, pero igual continué mi solitaria caminata bajo la atenta mirada de la ciega pupila celestial. Y el secreto, la nada, me reveló...

Fue una noche como esta, en otros tiempos, a principios del siglo veinte, cuando el barrio olía a naranjales y las calles eran de tierra. Un alegre payador marchaba hacia un caserón con un ramo de rosas y un regalo mayor. Cantaría al pie del ventanal su amor a la flor más bella del barrio, a su amada, desafiando al padre para hacerla suya. Enfrentaría sin temor a ese maldito borracho golpeador y escaparía con su hija.

La luz de la luna iluminaba su andar, ya que por aquel entonces un único farol derramaba su débil resplandor, el cual no se extendía más allá del caserón.

Repetía una y otra vez en su mente la letra de la canción, para no cometer error al librarla, ya que todo debía ser perfecto. Solo debía doblar en la esquina y llegaría a su destino...


Una sonrisa en el rostro, el ramo deslumbrante, la luna como testigo... 

Y al girar, vio a la dueña de su corazón: Contra la fría pared de ladrillos, en brazos de otro querer.

 Las rosas no dudaron. Se soltaron de su mano para arrojarse en eterna caída al sucio suelo.

 —¡Malena! —gritó. 

Su voz se convirtió en mil voces en la noche, y en ninguna. 

 Bien sabido es que cuando al corazón lo engañan, la sangre se enrabia y es el puñal quien sale a cobrar venganza, para convertir al otro cuerpo en su vaina.

 Y sin pensarlo demasiado, a la luz del farol... el acero brilló. 

 Malena tarde comprendió su error. 

Quiso detenerlos. Su corazón ya tenía un ganador y lo gritó, pero los oídos jamás se enteraron. El orgullo de los hombres se estaba jugando más que la pasión. 


Quien no cantaba, pero sí besaba, la colocó detrás de sí. Infló el pecho y, sin titubear, mostró que sabía de cosas de hombres.

Despertó un viejo cuchillo para hacerle frente.

Eran individuos valientes. De esos que no hablan. De esos que con los gestos lo dicen todo.
De esos que no temen a la parca.

Los aceros buscaron a su contrincante.
Los hombres bailoteaban sin saberlo la danza de la muerte, evitándola y buscándola en todo momento.
Sus ojos brillaban con furia, coraje, amor y dolor.

Fue cuando la noche cesó su alegre cantar de grillos y ranas…
El momento en que el farol vio morir a los dos.

Los puñales habían cumplido su soberbia misión: probar la carne de sus oponentes.
Y ahora descansaban en frías manos rojas.


 Malena gritó, lloró, y de rodillas cayó por el dolor.

La pena usurpó su corazón y la joven flor no lo soportó.
Elevó su dulce rostro al cielo suplicando perdón…
Pero solo encontró al inerte farol.

Temblorosa, se aferró a uno de los cuchillos, en cuya hoja su bello rostro se reflejó entre gotas de sangre y lágrimas.
La luz del farol vaciló, y Malena, sin titubearlo... abrió su pecho para obsequiarles el corazón.

Es así que con cada luna, la noche canta la triste canción de aquel amor que pasó.
Una silenciosa canción hecha de pena.
Usted sabe… 
Es su forma de recordarlos, de evitar que el olvido los devore.

Tan repentina como había emergido, la voz se esfumó.
Yo continué con mi solitario andar, esquivando escombros de un ruinoso caserón, prestando atención a un viejo y herrumbrado farol que ya no brinda su luz...
Y ahora que lo pienso,
Creo fue él… quien el secreto me reveló.

FIN.

🖋️ Rafa Theller

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